lunes, 2 de agosto de 2010

Fidel y Guayasamín : retratos entre hermanos

Luz Marina Fornieles Sánchez
En un período de 35 años, el líder histórico cubano posó en cuatro oportunidades para el afamado pintor ecuatoriano. La Fundación que lleva su nombre encabezó el programa de  celebraciones por los 80 años del  que fuera Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de Cuba. A cuatro años  de aquellos hechos, retomamos ahora las visiones mutuas de tan célebres hombres


Para muchos siempre resultó una gran incógnita, un enigma, el hecho de que el Comandante en Jefe Fidel Castro hubiese aceptado la invitación de Oswaldo Guayasamín para un encuentro, luego repetido otras veces, lienzo por medio. 

   La de ellos fue inobjetablemente una amistad a primera vista, que echó raíces en lo profundo de la tierra. En un período de 35 años, el líder histórico cubano posó en cuatro oportunidades para el afamado pintor ecuatoriano (1919-1999), quien dio vida así a igual número de retratos.    
   El primero de estos intercambios transcurrió en la sede del Instituto Cubano de  Amistad con los Pueblos (ICAP), el sábado seis de mayo de 1961. Esa pieza   primigenia, luego de exhibida en la Embajada de Ecuador en La Habana,  desapareció sin dejar huellas.
   Se supone engrose alguna colección privada. Para la aparición del segundo cuadro hubo que esperar 20 años. Fue en 1981, en la propia capital de la Isla, donde tras otro lustro nació la tercera obra. Al paso de una década se reeditó la experiencia, ahora en ocasión de los 70 años de Fidel, de nuevo en una cita en La Habana.   
   Las imágenes de 1981 y 1996 pertenecen a la Fundación Guayasamín, en tanto la correspondiente a 1986 engrosa los fondos de la Fundación de la Naturaleza y el Hombre Antonio Núñez Jiménez.    
   Excepto la inicial, las restantes piezas se conservan y formaron parte del centenar de originales de tan especial embajador andino, las cuales   integraron la exposición Un abrazo de Guayasamín para Fidel, cuya inauguración aconteció el 13 de agosto del 2006, en el Museo Nacional de Bellas Artes y con motivo de los ocho decenios de existencia fructífera del  compañero Fidel, quien en breve volverá a celebrar esa fecha, pero ahora a la luz  de sus preclaros 84 años.
SENTIMIENTO DE FAMILIA   
   Con la determinación de honrar al Líder histórico, esa familia solo dio continuidad a los deseos de Oswaldo, quien le festejó a su hermano de la Isla los onomásticos 62, en 1988, en Quito; y 70, en 1996, en La Habana. La persistencia del autor de más de tres mil retratos por plasmar la figura del legendario luchador del Moncada, de la Sierra Maestra, el Granma y otras tantas batallas, se vio recompensada por una entrañable amistad recíproca y por los cuadros que para la posteridad reflejan su visión pictórica sobre Fidel. 
   Sin dudas, al posar para Guayasamín, el estadista reconoció también el talento del pintor indígena.
   Cada uno explicó por sí mismo cuáles fueron los vasos comunicantes de tal identificación de pareceres. "Cuando pinto a Fidel --dijo el artista-- siento como si Bolívar o Rumiñahui me hubieran convocado. Pero también siento que estoy pintando el futuro.    
   "Tiene muchas facetas y cada una merece un retrato: su ternura, su memoria, sus conocimientos, su oratoria, su firmeza, su fe en los pueblos, sus principios, su generosidad, su dignidad... tendré que pintarlo 20, 30 veces para captar cada una de sus maneras profundas de ser...", confesó el auténtico representante de Iberoamérica.   
GLADIADOR DE LA DIGNIDAD  
   Mientras,  para el líder revolucionario, Guayasamín  "era un genio de las artes plásticas, un gladiador de la dignidad humana y un profeta del porvenir", como lo calificó durante la inauguración de su obra cumbre la Capilla del Hombre, en la capital ecuatoriana, en noviembre del 2002.
   "Recuerdo, narró entonces, aquella vez muy al principio de la Revolución cubana, cuando, en medio de agitados días, un hombre de rostro indígena, tenaz e inquieto, ya conocido y admirado por muchos de nuestros intelectuales, quiso hacerme un retrato.
   "Por primera vez me ví sometido a la torturante tarea. Tenía que estar de pie y quieto, tal como me indicaban. No sabía si duraría una hora o un siglo. Nunca ví a alguien moverse a tal velocidad, mezclar pinturas que venían en tubos de aluminio como pasta de dientes, revolver, añadir líquidos, mirar persistente con ojos de águila, dar brochazos a diestra y siniestra sobre un lienzo en lo que dura un relámpago, y volver sus ojos sobre el asombrado objeto viviente de su febril actividad, respirando fuerte como un atleta sobre la pista en una carrera de velocidad.    
   "Al final, observaba lo que salía de todo aquello. No era yo. Era lo que él deseaba que fuera, tal como quería verme: una mezcla de Quijote con rasgos de personajes famosos de las guerras independentistas de Bolívar. Con el precedente de la fama que ya entonces gozaba el pintor, no me atrevía a pronunciar una palabra (...) Estaba nada menos que en presencia de un gran maestro y una persona excepcional, que después conocería con creciente admiración y profundo afecto: Oswaldo Guayasamín".
   Conforme entonces muchos todavía no se explicaban cómo hubo varios encuentros lienzo por medio, entre ambos titanes, tampoco comprendían por qué la descendencia del prominente y galardonado creador promovió los festejos por los 80 años.  
   Estudiante universitario en Cuba, su nieto, Santiago Guayasamín, se  encargó en aquella oportunidad de despejar las dudas: "Nos mueve un sentimiento de familia, es como hacerle el cumpleaños a un hermano. Es el homenaje de un hermano a otro hermano.  
   Es el amor de una familia hacia un ser humano maravilloso como es él". (AIN)

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